II. La verdadera y única Iglesia de Jesucristo custodiada por los Apóstoles
"Cuídense ustedes y todo el rebaño, a cuya cabeza los ha puesto el Espíritu Santo como obispos para apacentar la Iglesia del Señor, que él adquirió con su propia sangre ". --Hechos 20, 28--
"La muralla de la Ciudad tenía doce piedras de cimientos en las que están escritos los nombres de los doce apóstoles del Cordero". --Apocalipsis 21, 14--
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El hecho mismo de Cristo haber escogido doce hombres a los cuales, de un modo especial, los fue preparando para la misión que iban a emprender, nos da luz del deseo de Cristo de formar una comunidad de creyentes dirigida por unos hombres por él escogidos y a los cuales, de un modo particular entrega unos poderes y autoridad que a los demás discípulos no les comunica. Son ellos, los Doce, los que van a regir, guiados por el Espíritu Santo, los destinos de la Iglesia hasta el fin del mundo.
Si la intención de Jesucristo no hubiese sido ésta, sencillamente no se hubiese molestado en preparar a los Doce, sino que se hubiese limitado en preparar a todos sus discípulos, cientos de ellos, para continuar su misión; pero las consecuencias de esta acción, debido a la debilidad humana, hubieran sido desastrosas para la unidad y permanencia de la Iglesia naciente.
Al no haber cabezas visibles de unidad, cada cual hubiese halado por su lado fundando pequeñas comunidades independientes contribuyendo así al pronto deterioro y paulatino olvido y adulteración de las verdades enseñadas por Jesucristo. Como ejemplo de ello podemos verlo en el protestantismo donde no existe la verdadera unidad ni doctrinal, ni moral, ni espiritual; cada quien halando para su lado. ¿Eso es lo que quería Cristo para su Iglesia?
Y esta mentalidad que es la que practican, promueven y defienden los protestantes es la que defienden como la escogida por Jesucristo para su ¿Iglesia o iglesias?
Todo esto es contrario a lo que leemos en la Biblia la cual dice que Dios es un Dios de orden no de desorden (1Corintios 14, 32-33).
Otra cosa importante es que hay otro grupo de protestantes que dicen que la Iglesia Católica fue fundada por el Emperador Constantino el Grande. Pero sucede que cuando Constantino firma el Edicto de Milán del año 313 ya la Iglesia Católica llevaba tres siglos de existencia.
Primero, lo confirma, como ya hemos visto en la primera parte, Luisa Jeter de Walker en su libro "¿Cuál Camino?" al señalar que el cristianismo de los primeros tres siglos se mantuvo puro hasta el Edicto cuando comenzó el deterioro de la Iglesia: "De esta manera --continúa ella diciendo-- las formas, los ritos, las ceremonias y las creencias del paganismo se iban infiltrando en la Iglesia cristiana..., (iniciándose así) una larga historia de asociación con otras religiones que apartaría a la Iglesia Católica Romana del camino de la verdad" (pág. 17). Y si se apartó del camino de la verdad es porque antes estaba en la verdad; y según las promesas de Cristo la Iglesia se mantendrá en la verdad hasta el fin del mundo.
Esta afirmación por parte de ella y de otros muchos protestantes (que en realidad es una blasfemia contra Cristo y el Espíritu Santo) contradice, como hemos visto, las mismas Sagradas Escrituras.
Segundo, existen testimonios históricos que aseguran que la Iglesia de los tres primeros siglos, antes que Constantino, es la misma Iglesia Católica, y así:
*San Ignacio, Obispo de Antioquía, martirizado entre los años 107 ó 110, y discípulo de San Juan Evangelista, hablando de la Iglesia fundada por Jesucristo dice: "Donde está el Obispo, allí ha de estar la muchedumbre de los creyentes; así como donde está Cristo, allí está la Iglesia Católica".
**Durante la persecución del Emperador Valeriano entre los años 257 al 260 fue martirizado un obispo llamado Fructuoso, el cual antes de morir dirige las siguientes palabras a un hermano en la fe llamado Félix: "Yo debo acordarme de toda la Iglesia Católica, esparcida de Oriente a Occidente".
Tercero, cuando Constantino vence en el año de 312 y asume el poder del Imperio, la Iglesia estaba encabezada y dirigida por el papa San Merquiades (311-314); antes que éste San Eusebio (309); y antes San Marcelo (308-309); y antes San Marcelino (296-304); y antes San Cayo (283-296). Y así, descendiendo a través de los años hasta toparnos con San Pedro (+67) y de éste con Jesucristo, por lo que Constantino el Grande no pudo fundar una iglesia que llevaba casi tres siglos de existencia.
Las pruebas a favor de la Iglesia Católica son tan aplastantes que quedarse indiferentes ante ellas verdaderamente es cerrarse a la verdad y aferrarse no al Evangelio de Jesucristo, sino a sus propios criterios, caprichos y conveniencias personales.
El deseo de Cristo de dejar establecida una jerarquía en la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, era el de asegurar la unidad de la Iglesia y, con ello, la pureza de la fe y la garantía de la propagación del mensaje de Salvación.
Como hemos visto hasta ahora, para que la solidez y seguridad de una sola fe, un solo bautismo y el conocimiento de un solo Señor y Dios se dé, es necesaria e indispensable la unidad de la Iglesia de Cristo en cuerpo y espíritu. Ahora bien, ¿cómo mantener esa unidad? ¿Qué nos dejó Cristo para asegurar y mantener la unidad de su Iglesia y con ello la pureza de la fe en la doctrina, moral y espiritualidad?
Jesús mismo dijo que el que construye una casa sobre la arena viene las inundaciones y las aguas se la llevan, pero quien construye su casa sobre la roca, vendrá el agua y la inundación, pero no la podrá derribar.
Ahora bien, si Cristo fundó una Iglesia compuesta por hombres con todas sus limitaciones e imperfecciones, y en quienes deposita y confía su obra y mensaje de Salvación, es de suponer que por ser una institución visible y humana tiene que haber personas encargadas de mantener el orden y la dirección de la Iglesia.
Hay muchos que no creen que Cristo dejó hombres encargados y con la autoridad debida para dirigir la Iglesia; o si los hubo al estos morir, murió con ellos tal autoridad. Veamos que nos dice la Biblia con respecto a todo esto.
Comenzando con Mateo 16, 18, Jesús funda una Iglesia que ha de ser sal, luz y refugio seguro para quienes a ella entren. Dice, refiriéndose a Simón: "Y ahora yo te digo: tú eres Pedro (o sea, Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...”
Claramente vemos que Jesús funda su Iglesia sobre Simón a quien le cambia el nombre por el de Pedro (o Kefas -Juan 1, 42-).
Claro, los hermanos separados, alterando el sentido de la oración, interpretan que si Jesús le cambió el nombre a Simón por el de Pedro no fue con la intención de fundar su Iglesia sobre Simón, sino sobre sí mismo.
"En la primera parte -dicen ellos- de la oración "tú eres piedra" Jesús se refirió a Simón, pero cuando dijo "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" se refirió a sí mismo".
Imagínate que yo digo: "Esta es una silla, y sobre esta silla me sentaré". El sentido de la oración indica que estoy señalando una silla en específico sobre la cual me he de sentar. Pero imagínate que en vez de sentarme en tal silla, me siento en el piso, puesto que mi intención no era sentarme en la tal silla, sino en el piso. De esta manera la estructura de la oración es incorrecta y engañosa. Así mismo sucede con la interpretación dada por los hermanos separados al texto de Mateo. La forma como está estructurada la oración no permite otra interpretación distinta de como la Iglesia lo ha interpretado por estos casi veinte siglos: vemos que Cristo se dirige exclusivamente a Simón a quien le cambia el nombre por el de Pedro (Kefas = Piedra). ¿Por qué ese cambio de nombre? ¿Por qué Piedra y no otro nombre? Con algunos de los Patriarcas Dios hizo lo mismo, pues al cambiarles el nombre quería expresar la función y la obra que por medio de ellos iba a realizar. Así, Abram por el de Abraham-Padre de muchedumbres (Génesis 17, 3- 8), y Jacob por el de Israel-Invensible (Génesis 32, 29).
Otro dato sumamente importante es que, la interpretación protestante se basa en un texto escrito en griego, mientras que Cristo habló en arameo, y en dicha lengua piedra se dice Kefas, por lo tanto cuando Cristo pronunció dicha oración la dijo sin las variantes del griego, y así: "tú eres Kefas (Piedra), y sobre esta Kefas (Piedra) edificaré mi Iglesia". El texto según la interpretación católica es tan fuerte que hay protestantes que sí admiten tal autoridad, pero se la adjudican solamente a Pedro, después de él ya no hay transmisión de dicha autoridad. Claro, esta interpretación gratuita es conveniente a ellos para poder justificar el origen humano del protestantismo, pero con el Evangelio no estamos para justificar lo que yo creo, sino para propagar y defender lo que Cristo dijo, enseñó y realizó para bien nuestro y salvación de las almas.
Como testimonio histórico del ejercicio de este poder en la Iglesia, veamos los siguientes ejemplos:
a. El papa San Clemente I (año 96), ante la destitución del obispo de Corintio (Grecia), condena el hecho y ordena la reposición de dicho obispo a su cargo.
b. El papa San Víctor I (año 190) ordena a todos los obispos del Asia Menor que la fiesta de la Resurrección se celebre en todas partes en la misma fecha que en Roma.
c. El papa San Esteban I (año 254) prohíbe a los obispos bautizar por segunda vez a los que ya habían sido bautizados.
d. El papa San Julio I (337-352) condena la actitud de los que habían destituido al Patriarca de Alejandría (Egipto) y ordena su restitución al cargo (Respuesta a las Sectas Protestantes. José del C. Manzanares).
También el apoyo de Santos Padres de los primeros siglos cuyo testimonio confirman la autoridad que los Romanos Pontífices recibieron de Cristo:
a. San Ignacio de Antioquía, discípulo de los apóstoles y quien llamara a la Iglesia fundada por Cristo con el nombre de Católica, llama a la iglesia de Roma "cabeza de unidad".
b. San Ireneo (siglo II), en su tratado "Contra Todas las Herejías", dice:
"A esta iglesia (romana), por su preeminencia más poderosa, es necesario que se unan todas las iglesias, es decir, los fieles de todas partes; pues en ella se ha conservado siempre la tradición recibida de los apóstoles por los cristianos de todas partes".
c. San Cipriano (principio y mediados del siglo III), en su obra "De Unitate Ecclesiae", dice:
"El primado fue concedido a Pedro y, naturalmente, a sus sucesores... Quien abandona la cátedra de Pedro, sobre la cual está fundada la Iglesia, ¿cómo confía estar en la Iglesia? No puede tener a Dios por Padre quien no tiene a la Iglesia como madre".
Y en la carta 59 dice que la iglesia de Roma es "la iglesia principal, de donde ha brotado la unidad sacerdotal".
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Para información completa y complementaria de los Santos Padres sobre el Primado de Pedro, accedan a este enlace:
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Otro argumento que se alude en contra de esta primacía de Pedro es que la única roca, la única piedra es Cristo y nadie más. Esto es cierto y la Iglesia Católica siempre ha enseñado y defendido esta verdad; además, cuando se dice que Pedro es la base sobre la cual Cristo edificó su Iglesia no se está enseñando ni se insinúa que Pedro o su sucesor, el Papa, sea esa piedra angular, sino que Cristo, única Piedra y Fundamento de salvación es quien ha dado a Simón, y en él a sus sucesores, ese puesto y autoridad, pues sin Cristo la Iglesia quedaría en el vacío y perdería su sentido y razón de ser.
Quien conoce el culto de la Iglesia Católica sabrá que todo él desemboca y tiene como fundamento a Jesucristo por quien nos acercamos al Padre.
El culto a los santos, la Virgen María y todas las devociones en la Iglesia tienen, en la enseñanza católica, como objetivo llevarnos a Cristo; inspirarnos y ayudarnos, por su intercesión, a cumplir fielmente con la Palabra de Dios; a ayudarnos, como ellos lo fueron, a ser semejantes a Jesús.
Es en Jesucristo que el Papado y su autoridad tiene sentido y fundamento; es en el Papado por el que, con la acción y fuerza del Espíritu Santo, Cristo mantiene a su Iglesia unida en una sola fe, un solo bautismo y un solo conocimiento de Dios. De no ser así, sin una cabeza visible que guíe y dirija a la Iglesia ésta se hubiera dividido en innumerables ramificaciones cada una halando por su lado, como aconteció y sigue aconteciendo en el protestantismo. Por eso, la unidad de doctrina, moral y espiritualidad es uno de los signos más claros por el que podemos descubrir cuál es la única y verdadera Iglesia de Cristo. Y ese signo se encuentra solamente en la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
En Mateo 16, 19 Cristo dejó bien claro cual es su deseo con relación al poder dado a Simón Pedro, pues al valerse de Simón como piedra visible le confiere una autoridad sobre esa Iglesia:
"Te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra será atado en el cielo, y lo que desates en la tierra será desatado en los cielos".
Como claramente vemos "Jesús ha confiado a Pedro una autoridad específica:... El poder de las llaves designa la autoridad para gobernar la casa de Dios, que es la Iglesia... El poder de "atar y desatar" significa la autoridad para absolver los pecados, pronunciar sentencias doctrinales y tomar decisiones disciplinares en la Iglesia. Jesús confió esta autoridad a la Iglesia por el ministerio de los apóstoles (Mateo 18, 18) y particularmente por el de Pedro, el único quien él confió explícitamente las llaves del Reino" (Catecismo de la Iglesia Católica #553).
Otro texto que refuerza y da más luz a éste de Mateo, es el de Juan 21, 15- 17, dice:
"Después que comieron, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?» Este contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero» Jesús dijo: «Apacienta mis corderos» Y le preguntó por segunda vez: «Simón, hijo de Juan ¿me amas?» Pedro volvió a contestar: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero» Jesús dijo: «Cuida mis ovejas» Insistió Jesús por tercera vez: «Simón Pedro, hijo de Juan, ¿me quieres?» Pedro se puso muy triste al ver que Jesús le preguntaba por tercera vez si lo quería. Le contestó: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero» Entonces Jesús le dijo: «Apacienta mis ovejas».”
Este y otros textos más confirman y dan a entender la verdadera intención de Cristo de querer valerse de un hombre a quien reviste de poder y autoridad para que guíe y dirija su Iglesia. "Cristo, "Piedra Viva" (1Pedro 2, 4), asegura a su Iglesia, edificada sobre Pedro, la victoria sobre los poderes de la muerte. Pedro, a causa de la fe confesada por él, será la roca inquebrantable de la Iglesia. Tendrá la misión de custodiar esta fe ante todo desfallecimiento y de confirmar en ella a sus hermanos (Lucas 22,32)" (Catecismo de la Iglesia Católica #552).
También Jesús confiere a los demás apóstoles cierta autoridad en la Iglesia (Mateo 18, 18), pues, vuelvo y repito, siendo la Iglesia una institución no solamente divina, sino también humana, y ante la advertencia implícita de Cristo de que las fuerzas del infierno tratarán de destruirla, ésta sufrirá los azotes de la debilidad humana y pecadora. La Iglesia guiada por el Espíritu Santo, como institución humana y visible debe estar regida y encabezada por autoridades humanas quienes guiados por el Espíritu Santo la mantengan unida bajo una sola y única fe, un solo y único bautismo en un mismo y único conocimiento de Dios. Si desde el principio la autoridad de los apóstoles hubiese sido solamente figurada o exclusivamente para ellos y no para sus sucesores, entonces sí se hubiera realizado lo que Luisa J. de Walker y otros muchos autores protestantes aseguran que ocurrió con la Iglesia que Cristo fundó: que la Iglesia con el tiempo fue infiltrada por elementos y tendencias paganas que la llevaron paulatinamente a la degeneración doctrinal, moral y espiritual, y la asociación con otras religiones que apartó a la Iglesia del camino de la verdad ("¿Cuál Camino? págs. 16-17). Entonces, si todo lo que ellos dicen es verdad, ¿dónde quedan las promesas de Cristo? Si en esto no pudo cumplir, según ellos, sus promesas, ¿cómo podemos confiar en su palabra? ¿Podemos entonces esperar y creer con toda seguridad que hemos sido redimidos o simplemente es un engaño más de la fantasía de un hombre que se decía ser Dios y Salvador nuestro?
Afortunadamente son los hombres los que se equivocan y se engañan y pretenden engañar a otros, no así Dios quien es infinitamente veraz. Y Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, les prometió a sus apóstoles: "Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo" (Mateo 28, 20).
¿Qué nos asegura esta promesa?
Esta promesa de Cristo es una de las más claras con referencia a la continuidad ininterrumpida de la sucesión apostólica. Veamos: Jesús promete que estará con sus apóstoles y discípulos, es decir, con la Iglesia que él fundó, hasta el fin del mundo (y en la eternidad). ¿Quiere decir entonces que los apóstoles vivirán hasta la segunda venida de Cristo? En este mundo no, pero sí en la autoridad y misión, que recibieron de Cristo, en sus sucesores. La promesa de Cristo no era exclusivamente para ellos, sino también para los que le han de suceder.
Esta verdad se ve argumentada en los siguientes textos:
a. Hechos 20, 28: "Cuídense ustedes y todo el rebaño, a cuya cabeza los ha puesto el Espíritu Santo como obispos para apacentar la Iglesia de Dios, que él se adquirió con su propia sangre".
b. Tito 1, 5: "El motivo de haberte dejado en Creta, fue para que acabarás de organizar lo que faltaba y establecieras presbíteros en cada ciudad, como yo te ordené".
c. 1Timoteo 4, 14. 5, 22: "No descuides el carisma que hay en ti, que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros. No te precipites en imponer a nadie las manos".
d. 2Timoteo 2, 2: "Cuanto me has oído decir en presencia de muchos testigos confíalos a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros".
En este último texto vemos cuatro eslabones de tradición apostólica que, nos asegura la manera de trasmitir el Evangelio de Cristo a todos los hombres en todos los tiempos.
Ahora bien, si bíblicamente vemos una trasmisión de poderes el cual, como siempre ha enseñado la Iglesia, se fundamenta en el Poderío y Señorío de Cristo, esta sucesión se tiene que dar apoyada en las promesas de Cristo ininterrumpidamente a lo largo de los siglos hasta nuestros días, y hasta el fin del mundo. De igual manera la autoridad que recibió Simón Pedro no murió con él, sino que continúa a lo largo de la historia.
Así, por ejemplo, después de la muerte de San Pedro le sucedió San Lino (67-76) de Toscana; San Anacleto (76-88) de Roma; San Clemente I (88-97) de Roma; San Evaristo (97-105) de Grecia... Y así ininterrumpidamente hasta nuestros días con el Papa actual.
Pero sucede que para muchos autores protestantes el Papado se fundó siglos después, así lo asegura Luisa J. de Walker ("¿Cuál Camino?" pág. 22), donde dice:
"Algunos consideran que León el Grande (440-461) fue quien fundó el Papado, pero muchos otros dicen que Gregorio I (590-604) fue su verdadero fundador. Lo cierto es que a través de los siglos iban aumentando la autoridad eclesiástica y el poder temporal del obispo de Roma".
Y también hay otros que aseguran que fue el Emperador Constantino I.
Cuando se pretende decir que tal o cual papa fundó el Papado expresa falta de argumentación. Pero la pregunta viene rápido a la mente, ¿cuál papado y cuál autoridad quieren ellos achacarle a tal papa como su fundador?
Si se refieren, como se ve, al poder temporal que los papas fueron adquiriendo a lo largo de varios siglos desde el Emperador Constantino el Grande, ese no es el papado ni la autoridad que Cristo estableció ni la que la Iglesia defiende. El Papado (término que comienza a utilizarse más tarde en la Iglesia) que la Iglesia defiende es el que Cristo fundó, y cuya autoridad concedida por Cristo a Simón Pedro y sus sucesores no es un poder temporal, sino espiritual, aunque también en cierta forma temporal pues la Iglesia, aparte de ser de origen divina, es también humana e insertada en este mundo temporal.
En el siguiente enlace, hallarás información bíblica resumida de este tema.
Es así que, gracias a la autoridad que Cristo confiere a su Iglesia representada en los Apóstoles, sobretodo en Simón Pedro, es que la Iglesia que Cristo fundó ha logrado a lo largo de los siglos mantener la unidad de cuerpo, apostolado y doctrina. Sólo la Iglesia Católica, Apostólica y Romana posee y mantiene el signo bíblico de la unidad.
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