Entre tantas sectas y congregaciones, grupos, movimientos y denominaciones que dicen y aseguran ser la verdadera Iglesia de Jesucristo, los Adventistas del Séptimo Día (junto con los Testigos de Jehová) son una de las sectas de mayor proliferación y más combativas contra la Iglesia Católica.
Antes de conocer quienes son los adventistas, conozcamos cómo es y cuál es la verdadedra Iglesia de Jesucristo.
La Iglesia de Jesucristo, ¡y sólo ella!, la que Él fundó
Esta primera razón debería ser más que suficiente para convencer a todos los que dicen seguir y creer en Jesucristo, y así acabar con la división y la confusión que hoy sufre el Cristianismo, razón ésta por la cual el mundo no se ha convertido (Juan 17, 20-23).
Ante la pregunta: ¿Cuál es la verdadera Iglesia de Cristo? ¿cuál sería la respuesta lógica? Para responder adecuadamente, veamos lo siguiente.
Argumento I. Fundación de la Iglesia
A. La Promesa. En Mateo 16, 18b Jesús le dice a Simón y promete que, “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Luego la intención de Jesucristo es el de fundar su Iglesia, cuya misión fuese el de anunciar y proclamar a todas las naciones de la tierra el mensaje del Evangelio de la salvación y la verdad plena (Mateo 28, 16-20; Marcos 16, 15-16; Hechos 1, 8).
B. El cumplimiento. En Hechos 20, 28 nos da la clave que nos señala el momento histórico en el que Cristo cumple con tal promesa: “...la Iglesia del Señor que él adquirió con su propia sangre”. Luego fue en la Cruz del Calvario donde nace y es edificada la Iglesia. Y esta verdad la podemos deducir si tenemos muy en cuenta que es en la Cruz del Calvario que somos redimidos por la Sangre de Jesucristo (1Corintios 15, 1-3) y que, según San Pablo somos muertos y resucitados por el bautismo para formar parte del Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia (Romanos 6, 4-5; Gálatas 3, 26-28; Colosenses 2, 9-15; Efesios 1, 22-23; etc.).
En el Catecismo de la Iglesia Católica, artículo 766 leemos que, “...del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la Cruz”.
Por consiguiente, la verdadera y única Iglesia de Cristo es... la Iglesia que él mismo fundó en la Cruz del Calvario hacen dos mil años, ni antes ni después.
Argumento II. ¿Cuál Iglesia?
Actualmente existen decenas de miles de iglesias, congregaciones, sectas que se dicen y aseguran ser de Cristo, pero según el deseo de Cristo sólo una le pertenece por derecho (Juan 10, 16). Pero ¿cuál es?
Cuando Jesús envía a sus Apóstoles y discípulos a predicar el Evangelio de la Salvación y darle a conocer a Él por todo el mundo, les da esta promesa con la que les asegura que, “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20).
Luego Jesús asegura, como promesa infalible, su permanencia con sus discípulos (“yo estoy con ustedes”) y sucesores (todos los días) a lo largo de los siglos (“hasta el fin del mundo”). Luego según esta promesa (y aquella de que los poderes del infierno no la podrán vencer ni destruir - Mateo 16, 18c-) Jesucristo jamás abandonará su Iglesia que (a lo largo de los siglos y contra los embates de Satanás que se ha esforzado y se esfuerza por destruirla desde afuera con persecuciones y, sobre todo, desde adentro con escándalos -ver: IJuan 2, 18-19; Hechos 20, 29-30-) se dará a conocer de modo visible (Mateo 5, 13-16; 13, 31-32) a la humanidad entera. Luego sólo y únicamente la Iglesia o Congregación fundada, instituida, realizada, construida... por Jesucristo hacen dos mil años es Su Iglesia.
Por consiguiente, ¿cuál es esa Iglesia a la que todo buen cristiano, que desee hacer la voluntad del Padre, debe pertenecer?
Hasta ahora podemos señalar, desde la Biblia, varias características, cualidades o propiedades que identifican, describen y señalan cómo es y cuál es la verdadera Iglesia de Jesucristo.
Primero. La verdadera Iglesia de Jesucristo es la Iglesia que Cristo fundó. Las Iglesias separadas, incluidos los Adventistas del Séptimo Día como veremos más adelante, por más que pretendan trazar su origen hasta la Iglesia Primitiva (predicada por los apóstoles) se tropezarán con la Iglesia Católica romana como su único punto de partida y origen, pues todas nacen siglos después (más exactamente a partir del siglo XVI, es decir, a quince siglos de distancia desde que Cristo fundó su Iglesia y la envió a predicar).
Segundo. La verdadera Iglesia de Jesucristo es el nuevo Pueblo de Dios redimido por la sangre de Jesucristo que, por el Bautismo, vienen a formar parte todos los que a ella quieran entrar (1Pedro 2, 9-10a).
Tercero. La verdadera Iglesia de Jesucristo es la única encargada de renovar la Alianza con Dios por medio del Cuerpo y la Sangre de su Fundador: “Hagan esto en memoria mía” (Mt. 26, 26-28; Mc. 14, 22-24; Lc. 22, 19-20; 1Cor. 11, 23-25).
Con Abrahán Dios establece una Alianza por el que Yahvé será su único Dios (Gén. 17, 1-14) y por quien serán bendecidas todas las naciones de la tierra (Gén. 22, 15-18). Con Moisés la Alianza se hace extensiva al culto, normas y cumplimiento de la Ley (Éx. 34, 10-28). Ante tantas violaciones y desprecios a la Alianza por parte de Israel, Dios, por medio de David y los Profetas anuncia el establecimiento de una nueva y eterna Alianza, y ésta se dará por un decendiente de David (Is. 55, 3; 61, 8; Za. 9, 9-11; sobre todo: Jr. 31, 31-34; etc.).
Luego Jesucristo es el instrumento por el que Dios establece la Nueva y Eterna Alianza entre Él y la humanidad (Hb. 13, 20; 10, 29, 12, 24); y la Iglesia es el instrumento por el que los seres humanos actualizan y
renuevan, en la celebración Eucarística o Santa Misa, la Alianza (1Cor. 11, 23-25; Malaquías 1, 11).
Cuarto. La Iglesia fundada por Cristo es la única autorizada por Dios para anunciar y propagar el Evangelio de la Salvación al mundo entero, desde que él la envió (siglo I) hasta la actualidad y hasta el fin del
mundo.
San Pablo nos asegura que Dios quiere que todos los hombres se salven (1Tim. 2, 3-4), y esa salvación se logrará en Jesucristo (Jn. 3, 14ss; Rm. 3, 21-26; 5, 6-11.17-19; 2Cor. 5, 17-21; Tito 2, 13-14; etc.) por medio de su Iglesia (Ef. 5, 23; 1Pe. 2, 9). Luego la Iglesia es el instrumento ordinario y eficaz querido por Dios para alcanzar la salvación, y quien conociendo esta verdad la rechaza se condena a sí mismo (Mc. 16, 16).
Quinto. Es la única en la que Dios ha depositado toda la verdad revelada, por eso es la columna y el baluarte de la verdad.
Continúa San Pablo asegurándonos que Dios quiere que, en esa salvación, lleguemos al pleno conocimiento de la verdad (1Tim. 2, 4).
Ahora bien, si hemos de buscar la verdad plena, revelada por Dios por medio de su Hijo, ¿dónde debemos buscarla? Según los protestantes (y muchos católicos) ésta sólo podrá ser hallada en la Biblia. Pero ¿qué nos dice la Biblia? Para ello utilizaré una Biblia protestante, específicamente la edición Reina-Valera que, en 1Timoteo 3, 15 dice así: “para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad.” Si la Iglesia fundada por Cristo es la columna sobre la cual se fundamenta la verdad, y su baluarte, es decir su fortaleza, apoyo y defensa, lo cristiano sería acogerse bajo sus enseñanzas y doctrinas, pues sólo a ella ha sido encargada de dar a conocer y propagar dicha verdad como leemos en Efesios 3, 10: “para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales, conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor.”
Concluimos, pues, que sólo, única y verdadera es la Iglesia o Congregación que Cristo fundó.
Lo que dice la Biblia sobre los que no pertenecen a la Iglesia que Cristo fundó
Esta razón nos deja ver y entender que las iglesias, congregaciones y sectas que, por su origen humano, al no ser fundadas por Jesucristo no poseen, por consiguiente, un mandato divino, sino de los hombres que las fundaron, y, por consiguiente, no poseen la autoridad legítima para predicar el Evangelio de Jesucristo. Por eso existe tantas divisiones y contradicciones entre ellas, enseñando, junto con algunos elementos de verdad, muchísimos errores.
Argumento I: I Juan 2, 18-19.
San Juan nos advierte contra los anticristos que surgirán a lo largo de los siglos, sobre todo contra aquellos que se dicen ser miembros de la Iglesia pero que en realidad no son de la Iglesia.
Argumento II: Hechos 20, 28-30.
De igual modo San Pablo exhorta a los dirigentes de la Iglesia para que cuiden y pastoreen la Iglesia del Señor; y les advierte contra los “lobos crueles que no perdonarán al rebaño”, y también contra los que desde dentro de la Iglesia surgirán para engañar.
Argumento III: 1Timoteo 4, 1-2; 2Timoteo 4, 1-4.
Nuevamente San Pablo nos advierte contra los falsos profetas de los últimos tiempos que enseñarán doctrinas diabólicas, los cuales apartarán a muchos de la verdad hacia fábulas y cuentos.
Argumento IV: Romanos 16, 17-18.
En esta ocasión San Pablo nos asegura que los falsos profetas son los que provocarán muchas divisiones y dificultades, por lo que nos advierte que nos apartenos de ellos.
Argumento V: Gálatas 1, 6-10.
Aquí San Pablo nos advierte contra las supuestas visiones y mensajes de ángeles con las que se pretende dar a conocer otro evangelio que no es el de Cristo.
Si por veinte siglos (Mateo 16, 18c; 28, 20b) la Iglesia que Jesucristo fundó (Mateo 16, 18b; Hechos 20, 28) ha venido predicando y enseñando el Evangelio auténtico (Efesios 3, 10-11) y en su totalidad (1Timoteo 3, 14-15), ¿por qué ahora pretender sustituir ese Evangelio por opiniones puramente humanas? A lo largo de la historia del cristianismo, ¿quienes se han separado y de cuál Iglesia lo han hecho? ¿De quién se separó el protestantismo en 1517? ¿De quién se separó la Iglesia Anglicana en 1534? ¿De quién se separó la Iglesia Ortodoxa en 1054? ¿De quién se separó la Iglesia Católica Apostólica y Romana en...? ¿Cuál sería tu conclusión?
I. Adventistas del Séptimo Día
Por Mariano Aboín Pintó
Breve reseña histórica
Que Jesucristo vendrá gloriosamente al fin de los tiempos, es creencia común de todos los cristianos. La disección sobre este tema comienza cuando se plantean los problemas del motivo y del momento de su venida, pues mientras los católicos creemos que vendrá a juzgar (Mt. 16, 27), desconociendo cuándo (Mt. 24, 36), algunas sectas, fundándose en textos muy oscuros de la Escritura, pretenden fijar la fecha y resucitar la idea de un reino milenario del Señor.
Esta forma de la venida de Cristo sedujo a algunos de los primeros cristianos, incluso Padres de la Iglesia. El deseo de tener de nuevo a Jesús entre ellos, para reinar corporal y visiblemente durante mil años en la tierra; y aquel “Maran atha”, ¡Ven, Señor!, siempre en su boca, les hizo interpretar en una forma demasiado literal la visión, llena de alegorías y símbolos de San Juan; y en el capítulo 20 del Apocalipsis creyeron encontrar la esperanza del cumplimiento de estos deseos. Pronto fue esta idea abandonada y considerada herética por no tener una base exegética sólida en que apoyarla, y definitivamente, por San Jerónimo, prácticamente juzgada y sentenciada: “acabe por fin esa fábula de los mil años”.
La doctrina milenaria, resucitada por algunas iglesias protestantes históricas en sus primeros tiempos, fue también desechada pronto por ellas. Sin embargo, en momentos en que decayó la fe en algunas sectas, y con el fin de obtener un despertar de las mismas, se la volvió a predicar.
Hoy, apoyándose en las terribles circunstancias por las que atraviesa el mundo, y basándose en ellas como señales del fin de los tiempos, se ha vuelto a desempolvar la vieja idea en algunas denominaciones protestantes, entre aquellas personas que olvidan que la hora final no la conocen sino el Padre y no quieren reconocer que de hecho Cristo está ya entre nosotros en su Iglesia, en la Eucaristía y en tantas otras manifestaciones de su poder y gloria; y que su reino, con sus dos fases, presente y final, se está desarrollando ya en este mundo en la primera de ellas, según el testimonio del propio Cristo (Mc. 1, 15; 12, 34; Lc. 17, 21).
Una de estas sectas milenaristas son los Adventistas del Séptimo Día. Guillermo Miller (1782-1849) fue el iniciador de la secta. Nacido en una familia bautista, perdió la fe en su juventud. Al recuperarla, y ser admitido de nuevo en su iglesia, se dedicó al estudio de las Escrituras.
Preocupado por el advenimiento del Señor creyó poder llegar a determinar su fecha con algunas cifras que aparecen en el libro de Daniel y él consideró que hacían referencia a la venida de Cristo. Sus cálculos le llevaron a fijar ésta para 1843. Así lo profetizó en sus predicaciones y en su libro: “Pruebas evidentes por la Escritura y por la Historia de la segunda venida de Cristo hacia 1843”.
Poco feliz en sus predicciones, ni en ese año, ni transferida la fecha por su discípulo Snow al 22 de octubre de 1844, se cumplió su profecía.
Ante el fracaso, sus seguidores trataron de buscar una explicación, una fórmula que descifrase su incumplimiento. Tras de aceptar que el advenimiento estaba muy próximo, sin fijar fecha, hallaron quien les
elaborase no sólo una explicación, sino toda una doctrina religioso: la conocida hoy por Adventismo del Séptimo Día. Fue esto obra de una mujer de cualidades verdaderamente extraordinarias: Hellen Gould White.
H. G. White fue una mujer de una vida muy larga y activa. Nacida el 1827 y afiliada al principio al Metodismo, siguió más tarde las doctrinas de Miller, y por su matrimonio con un predicador adventista se convirtió en una ferviente propagandista de estas ideas. Viajó incansablemente por América, Europa y Australia y escribió infatigablemente. Dotada de un poderoso don de organización, las doctrinas y la expansión del Adventismo a ella lo deben todo. Falleció en 1916. Nos interesa de ella especialmente su carácter hipersensible de visionaria y profetisa, en el que seguramente influyó el ambiente de aquel momento en Norteamérica.
Era una época en que abundaban los “profetas”. En 1844 muere J. Smith, el fundador de los Mormones, quien con sus visiones y predicaciones consiguió arrastrar, en un portentoso éxodo, a miles de seguidores a través de toda Norteamérica, de este a oeste, hasta fundar un Estado teocrático a orillas del Lago Salado. Esta época ve surgir también a Mary Baker Eddy, la “profetisa” fundadora de la Ciencia Cristiana.
Otras muchas sectas proféticas y escatológicas pululaban en una atmósfera de fervor entusiasta y esperaban la próxima llegada del Señor. Se daban misiones, a veces, en lugares casi desiertos, a las que acudían las gentes desde muy lejos, acampando alrededor del predicador y en un ambiente de lucha de unas y otras por ver cuáles presentaban más prodigios y se llevaban tras sí más convertidos, que pasaban de una confesión a otra con pasmosa facilidad y manifestaciones cada vez más exaltadas. En este ambiente eran frecuentes las supuestas revelaciones.
En H. G. White influyó no solamente esto, sino también un grave golpe sufrido en su niñez, que pudo ser origen de desequilibrios mentales.
Escritores protestantes como Canright, que la conoció durante más de veinte años, afirma que sus visiones eran efecto de enfermedad nerviosa, y G. W. Ridault dice que era una fanática autoengañada, cuyas doctrinas hacen a sus lectores pusilánimes y tristes, produciéndoles dudas; y ella decía de sí misma que temía ser infiel. Enumera este autor hasta treinta y ocho las veces que ella dice en sus obras que tuvo el don de la inspiración. En efecto, desde las primeras páginas de “El conflicto de los siglos”, pasando por “Las joyas de los testimonios” y “El camino a Cristo”, entre sus obras más extensas, hasta el más reducido de sus artículos, es frecuentísimo encontrar estas frases: “Mediante la iluminación del Espíritu Santo me fueron reveladas...” “El Señor me ha dicho...” “El Señor quiere...”
Esta mujer trató de resolver los problemas que habían suscitado los cálculos de Miller y la identificación del Santuario, del que se habla en el pasaje de Daniel, que interpretó aquél. Haciendo una arbitraria exégesis de un texto, de indudable sentido metafórico, del autor de la Carta a los Hebreos, en el que menciona el Santuario del cielo, allí lo localizó la señora White.
La idea de la entrada de Cristo el 22 de octubre de 1844 en el Santuario celestial para purificarlo es de lo más fantástico que ha podido urdirse y manifiesta bien la imaginación de novelista de la hermana White, quien para reforzar sus argumentos indicó que todo ello lo había conocido a través de una visión que le había sido otorgada. Sus discípulos le dieron el título de “Espíritu de profecía”, con el que se la conoce, y se cita corrientemente entre los suyos, y el Adventismo, con una serie de doctrinas a ésta encadenadas, quedó constituido en una nueva religión.
Con el fracaso de las predicciones hubo de buscarse una razón que explicase el retraso de la venida del Señor.
En el Éxodo, capítulos 25, 26 y 27, se describe el santuario mandado hacer por el Señor a Moisés con sus dependencias, y entre ellas el lugar santo y el lugar santísimo, pero este santuario o el templo de Jerusalén
que le sustituyó, no podía ser, según las doctrinas adventistas, el lugar que Cristo habría de purificar en su venida, pues en 1844 no existía el templo.
Por eso Miller creía que sería la tierra con el fuego lo que sería purificado. H. G. White buscó la solución. Como en la Epístola a los Hebreos (8, 1-2) se habla de las funciones de Jesús como Sumo Sacerdote en el santuario del cielo, hecho no por mano de hombre, estos datos dieron ocasión a la fundadora del adventismo para establecer esta nueva y curiosa teoría, que no desautorizaba la de Miller, básica para la doctrina de la secta; Miller se equivocó tan sólo de santuario. Cristo entró en 1844 en el santuario del cielo para purificarlo.
¿Cómo es posible purificar una cosa santa como el cielo? Si en él hasta los justos entran totalmente purificados, sería menester admitir que es la presencia misma de Cristo quien mancha el lugar sagrado.
Para ello, los adventistas dicen que así como el sacerdote en la antigua ley estaba manchado por los pecados de los hombres que llevaba consigo cada día al entrar en el santuario, así el celestial lo está por los pecados que Cristo había expiado. La hermana White dirá más tarde que el pecado por purificar en el santuario celestial es la infracción de la ley del sábado,
para ella tan importante. Cristo entró, pues, según ella, en el lugar santo el día de su Ascensión y permaneció en él hasta 1844, fecha en que entró en el lugar santísimo para purificarlo, porque en esa fecha terminaron las dos mil trescientas tardes y mañanas.
Si analizamos la doctrina adventista veremos que sólo esta cuestión es original en ella, pues las demás doctrinas se encuentran en otras creencias religiosas de donde las tomaron. Esta es, pues, la piedra angular de todo su sistema y a pesar de ello la más débil, puesto que no tiene ningún apoyo escriturístico. La propia señora White tuvo que reforzarla con el argumento de una supuesta visión.
Ante todo, la teoría supone insuficiencia en el sacrificio de Jesús, y la Escritura nos habla de un sacrificio único y perfecto, añadiendo que allí donde los pecados han sido perdonados no puede haber oblación por los mismos (Hebreos 10, 14 y 18).
La posibilidad misma de suponer que Cristo puede manchar con su presencia el Santuario, aunque sea por los pecados de los hombres, es absurda y blasfema.
Sea la que fuere la significación metafórica del Santuario que Jesús atraviesa, lo cierto es que Cristo, el día mismo de su Ascensión, entró una vez para siempre en el Santuario, consiguiendo una redención eterna (Heb. 9, 11-12). Por lo tanto, sin ese trasiego de lugares, para en ellos, ayudado por los ángeles, como sostienen los adventistas, emplearse en la tarea de revisar los expedientes de las acciones de cada uno, oficio que, por negar su omnisciencia, el sólo suponerlo llega también a la blasfemia.
II. Adventistas del Séptimo Día
Por: P. Ernesto Bravo, S. I.
1. Los adventistas datan sólo del siglo pasado (siglo XIX).
2. Guillermo Miller (1782-1849) empezó su predicación y sus fracasadas profecías que anunciaban el fin del mundo para 1843 y luego para 1844.
3. Los seguidores de él, en vez de acordarse del texto de Deuteronomio 18, 22: "Cuando el profeta hablare en nombre de Yahvéh y no sucediere la tal cosa, es palabra que Yahvéh no ha hablado; con presunción ha
hablado el tal profeta: no le debes tú tener en honor", siguieron ellos creyendo en sus doctrinas y, para colmo de daño, se acogieron a otra profetisa, igualmente equivocada,...
4. Hellen G. White (1827-1916). Fue ella quien dio a sus seguidores este nombre, tan extraño y tan del Antiguo Testamento, de "Adventistas del Séptimo Día"; mientras otros grupos de "adventistas" que habían estado con Miller se separaban por parecerles que esto era poco cristiano.
5. Afirman ellos que la verdadera Iglesia de Jesucristo existe desde el principio del mundo por la guarda de los mandamientos.
6. Ahora bien, ellos, con sus doctrinas características, no existen sino desde hace un siglo, luego no son la Verdadera Iglesia de Cristo.
Los adventistas y el sábado
Resulta curioso ver cómo los Adventistas, obsesionados por la observancia de su sábado que para ellos es nada menos que "la señal" del pueblo de Dios, se imaginan que dondequiera que aparece la Biblia la palabra "mandamiento" quiere decir el decálogo con sábado y todo. Ahora bien, ¿es esto verdad? Por desgracia, o mejor, gracias a Dios, no.
1. Pongámonos por un momento en la posición adventista: "cuando se habla, en la Biblia, de mandamientos, forzosamente se alude a los Diez del Decálogo." Entonces, ¿qué hacemos con textos como el siguiente de Ef. 2, 14-15 que nos dice que Cristo ha anulado la Ley de los mandamientos?
Hay también otro pasaje que nos dice: "Así pues, se encuentra abolido el mandamiento anterior, por su ineficacia e inutilidad; porque la Ley nada ha perfeccionado, sino que sirvió tan sólo para prepararnos a una esperanza mejor por medio de la cual nos acercamos a Dios" (Hbr. 7, 18-19).
2. La verdad es que nosotros los cristianos tenemos nuestros mandamientos propios, y que para nosotros la Ley Antigua ya no es autoridad.
Esto es lo que se resisten a admitir los Adventistas, ciegamente aferrados al Antiguo Testamento, como si con Cristo no se hubiera inaugurado ya un nuevo orden de cosas: Nuevo Testamento o Nueva Alianza (Lc. 22, 20; 1Cor. 11, 25; 2Cor. 3,6): "y al decir "nueva" da por abolida la Antigua", como nota la misma Escritura (Hbr. 8, 13); enseñanza nueva (Mc. 1, 27), con mandamientos nuevos (Jn. 13, 34; 15, 12-17; 1Jn. 2, 8-11; 3, 23); todo esto constituye como el vino nuevo que no cabe ya en los estrechos y anticuados odres del Viejo Testamento (Mt. 9, 17; Mc. 2, 22; Lc. 5, 37-38).
3. Así, a los predicantes adventistas que quieren obligarnos a observar el sábado, alegando que es como el sello de la Alianza entre Dios y su pueblo (Éxodo 31, 13.16.17; Ez. 20, 12.20), les podemos contestar que nosotros ya no estamos bajo la Alianza Antigua, sino bajo "la Nueva, que es mejor y está concebida sobre otros términos y sobre mejores promesas" (Hbr. 8, 9).
4. Si pretenden que la observancia del sábado pertenece a los mandamientos, les responderemos que nosotros tenemos mandamientos propios, los de Cristo, que forman una Nueva Ley, la Ley del Espíritu (Rom. 8, 2) o bien la "Ley de la Fe" cristiana (Rom. 3, 27) o simplemente la "Ley de Cristo" (Gál. 6, 2). Así "no estamos sin Ley de Dios, sino bajo esta Ley de Cristo" (1Cor. 9, 21).
5. Si ellos afirman que el sábado es el recuerdo de la Creación terminada, para nosotros cristianos, la Resurrección de Cristo ha inaugurado una "nueva creación" (2Cor. 5, 17; Gál. 6, 15).
6. Y para terminar les exhortaremos a ser levadura nueva y no viejo fermento y a no poner sus energías cristianas vino nuevo en los viejos odres del judaísmo.
7. ¿Cuál es el día que los primeros seguidores de Cristo utilizaban para el culto divino y por qué?
Quedaría por explicar por qué la Iglesia Católica y todas las iglesias cristianas menos los Adventistas guardan el domingo. La razón fundamental es porque fue en domingo cuando Cristo resucitó; nosotros, en efecto, no somos ya la sinagoga, que depende de Moisés, sino el Nuevo Israel que tiene por punto de partida no la liberación de Egipto, sino la Redención de Jesucristo que sale vencedor del sepulcro.
En vez de conmemorar la primera creación, conmemoramos la nueva creación inaugurada precisamente con la Resurrección de Cristo.
El día de triunfo de Cristo ha sido recogido por los Apóstoles y ha recibido el nombre de día domingo que, derivado del latín "dies dominicus" quiere decir el "día de Cristo" o día del Señor Jesús. Tal como en griego desde los Apóstoles (Ap. 1, 10) hasta nuestros días se llama kyriaké hémera, o sea, día del Kyrios o Señor resucitado.
El día domingo (o "primer día de la semana", como se le llamaba al principio, hasta que se le dio el nombre propio que ha conservado hasta ahora) es también el día de las reuniones cristianas, el día de la Eucaristía (Hch. 20, 7 y probablemente también 1Cor. 16, 1-2).
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El Adventismo no es una secta, primero eso y luego cuando quiera hablar sobre algo hay que investigar, cuando se quiere llegar a la verdad hay que realizar una búsqueda, no solo se supone las cosas o hechos, estos se tienen que corroborar, estaría encantado de estudiar y publicar mis estudios si usted lo permite eso seria muy imparcial.
ResponderEliminarespero su respuesta gracias
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ResponderEliminarLibro de Ralph Woodrow. Lean este libro y conocerán la verdad de la Iglesia Católica y su origen pagano